LAS DIFERENCIAS: ¿LAS ACEPTAMOS O LAS CONDENAMOS?


Convivir en sociedad no es una tarea fácil. Los seres humanos somos muy diferentes entre nosotros y esto genera una diversidad que puede ser enriquecedora si se acepta y se celebra. Ahora mismo, esto no está sucediendo. Al contrario, se ha constituido una normatividad
que, explicado de forma muy simplificada, marca y clasifica las personas colocándolas en el lado de los privilegiados o el de los oprimidos. Los primeros tendrán más facilidad para acceder a los derechos que de vivir están garantizados para todas las personas, mientras que los segundos no lo podrán hacer y en el peor de los casos serán condenados a desaparecer de la vida pública.

Nos hemos acostumbrado a negar el derecho a la existencia pública a aquellas personas que no encajan en la normatividad constituida. Así es como, por ejemplo, sin ningún miramiento ni consideración hemos cogido a las personas migradas y las hemos encerrado en CIEs, a las personas con problemas de salud mental las hemos escondido en los centros psiquiátricos, a la gente mayor las hemos llevado a residencias.

En la superficie solo se les permite estar a aquellos individuos que consiguen entrar dentro de los ajustados y excluyentes cánones que la normatividad impuesta ha generado como medio de control de los cuerpos y represión de la disidencia.

Así se instaura una sociedad elitista con miedo a diferir de la norma, que tiene pavor al cambio y que condena la diferencia a integrarse o a excluirse.

Los pilares de la vida en sociedad deberían ser la tolerancia, el respeto y la solidaridad, y a día de hoy, estos tres valores no son los que predominan.

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